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Blondin (FR) en Barcelona (ES)

 

El funambulista francés Blondin llegó a Barcelona en marzo de 1863. En ese momento era una celebridad mundial al haber sido el primero en atravesar las cataratas del Niágara el 30 de junio de 1859. Cuando el Diario de Barcelona anunció su visita, los barceloneses no sabían hablar de otra cosa. Además de ser un gran artista, sabía cómo promocionarse, así, la misma noche de su llegada a la ciudad, se presentó en el palco del Liceo vestido de etiqueta, con muchas condecoraciones. "¡Es Blondin!", se repetían los espectadores, y esa noche la ópera que se representaba quedó relegada a un segundo término. Blondin aplaudió con entusiasmo la actuación del niño Haslam, que presentó un número con los tres trapecios al estilo de Léotard.
En los días siguientes se hizo mucha publicidad del evento. En los pórticos del Liceo se exhibían retratos del funambulista y fotos de su aventura al Niágara. En los cafés se repartían gratuitamente unos papeles que contenían la biografía del artista, fotos y los comentarios que su paso por las cataratas habían dejado a la prensa del mundo entero.
Debutó en la plaza de toros el domingo 5 de abril de 1863. En la primera parte del programa se presentaban los ejercicios gimnásticos de los hermanos Camús, ocupando Blondin toda la segunda parte, en la que el maestro francés atravesó la plaza de un lado al otro presentando diferentes habilidades, sobre una cuerda que medía cuatrocientos cincuenta palmos de largo y estaba situada a una altura de ciento ochenta palmos.
Blondin empezó su actuación caminando y corriendo por la cuerda, ayudado de su contrapeso. Después se vendó los ojos con un pañuelo y se puso un saco encima, caminando así sin tener ninguna visibilidad; durante el trayecto de vez en cuando, para poner emoción al asunto, hacía ver que perdía el equilibrio. A la vuelta se sentó y se estiró en la cuerda. También se aguantó en equilibrio boca abajo sobre la cuerda y luego hizo una voltereta. Completaron los ejercicios el equilibrio arriba de una silla apoyada en la cuerda sobre sólo dos patas y el cruce de toda la plaza, cargando a la espalda un hombre de más peso que él. Blondin salió de la plaza del mismo modo que había entrado, montado en un carruaje tirado por cuatro caballos, luciendo en su pecho las medallas que había recibido en Estados Unidos. Tras la primera actuación los periódicos se deshicieron en elogios hacia Blondin:
Con nuestra natural franqueza confesamos que fuimos ayer tarde á la plaza de toros con cierta prevencion, temerosos quizás de llevarnos un chasco acerca del mérito de Blondin. Tanto habíamos leido en periódicos de esta y de la otra parte del Océano sobre las maravillas del héroe del Niágara; tanta era la atmósfera creada desde larga fecha, que nos parecían apasionados los elogios y dudábamos por lo mismo, si ante la realidad, desaparecerian nuestras ilusiones; pero no ha sucedido así.
Blondin es lo que nos habían dicho; mas de lo que nos figurábamos.
Despues de haber visto á Blondin sobre la cuerda, nada nos parece imposible para ese ser estraordinario.
Andamos nosotros, sin duda alguna mucho menos seguros en una sala, que Blondin sobre una maroma. En cuanto á correr y á brincar y á bailar, de fijo nos ganaría Blondin á pesar de la ventaja que, dadas las referidas situaciones, parece deberían estar en nuestro favor.
No es aplomo, ni estudio, ni maestria lo que vemos en Blondin; sino una figura de acero pegada á un alambre imantado. Estamos persuadidos de que la cuerda atrae á Blondin: de que se queda en ella incrustado, y no hay cuidado de que se caiga ó no se rompa la cuerda.
Quisiéramos que nos hiciera Blondin una descripcion de que entiende por miedo, por peligros, por abismos, etc. etc. Deben ser estas palabras incomprensibles para Blondin.
Puntos de apoyo, reglas de equilibrio no las estudiéis en los libros, ni querais esplicarlas: mirad á Blondin sobre una cuerda á una elevacion de 450 palmos, y comprendereis, sin saber cómo, que existen, por que Blondin os lo manifiesta.
En cuanto á fuerza, mejor preferiríamos vernos entre dos cilindros puestos en movimiento por una máquina de vapor de la fuerza de veinte caballos, que sufrir un abrazo de Blondin si estuviese encolerizado.
¡Qué Blondin ha pasado el Niágara caminando y bailando sobre una cuerda y llevando sobre sus hombros pesos enormes y haciendo esto y lo otro y lo de mas allá! ¿Y que duda tiene ello? – Blondin iria sobre su elemento de cáñamo hasta el fin del mundo. Sujetad un estremo de cualquier maroma en la punta de la torre de la catedral de Cádiz, y el otro en el Morro de la Habana, y Blondin hará un viaje á la isla de Cuba con la misma serenidad que pasaba ayer tarde de una parte á la otra de la plaza de toros. ¿Qué se moriria de hambre ó de sueño, direis, antes de llegar á las Antillas? – ¡Puerilidad! – Blondin llevaria consigo las provisiones necesarias y comeria cuando se le antojára, y dormiria tendido en la cuerda mucho mejor, mas comodamente y con mas seguridad que nosotros en el mejor mullido lecho. Una inmensa ventaja además nos llevaria; la de que no iria á molestarle ningun ladron.
Estamos en estos momentos demasiado atontados para poder describir lo que hizo en la funcion de ayer tarde Blondin ante una concurrencia que aumentará hoy, en vista del entusiasmo que supo producir.
Preguntad á algun amigo o conocido, si es que no estuvieseis vosotros ayer en el toril, qué hizo Blondin, y de fijo no querreis privaros de conocer al célebre funámbulo. 
En la función del día siguiente, la primera parte corrió a cargo de los caballos, perros y monos del señor Frassi. En la segunda parte, Blondin repitió algunos de los trabajos presentados el día anterior y añadió de nuevos. Caminó por la cuerda con sus pies metidos dentro de dos cestas. Después cargó sobre su espalda una pequeña cocina y al llegar en medio de su recorrido, la dejó sobre la cuerda, encendió el fuego e hizo una tortilla dentro de una sartén que llevaba. A continuación invitó al público, abrió una botella de cava y bebió a la salud de los espectadores. El público, debido al fuerte viento que había, no permitió que Blondin repitiera el cruce de la plaza cargando un hombre. Pero el maestro sí redondeó su actuación caminando por la cuerda paseando una carretilla, lo que repitió de espaldas a la vuelta. Dos bandas militares se encargaban de distraer al público durante los ejercicios y las pausas.
Después de estas dos funciones, Blondin cambió de escenario, presentando el Liceo sus trabajos a la cuerda a poca altura. Hay que mencionar que la empresa que gestionaba la plaza de toros era la misma que dirigía el Liceo. Así, el jueves 9 de abril, después de un baile y de unas arias de ópera, el funambulista presentó sus habilidades ante un público selecto. Repitió el equilibrio de la silla y presentó entre otros: saltos mortales adelante y atrás saltando sobre velas encendidas y tocar el violín haciendo saltos mortales sin dejar de hacer música. Los fotógrafos Moliné y Albareda hicieron retratar a Blondin haciendo postales del funámbulo que comercializaron en la librería del señor Lopez de la calle Ancha. El domingo 12 de abril dio su tercera función en la plaza de toros. La primera parte consistió en nuevos ejercicios de los hermanos Camús y los señores Venus y Coll. En esta ocasión, la plaza se llenó de tal manera que se tuvieron que poner docenas de sillas en el mismo círculo, a fin de dar cabida a la gente que no tenía asiento. Nunca se había visto tanta gente en el recinto taurino y la empresa, al ver que fuera del recinto había el doble o el triple de personas que en su interior, prescindió de colocar el toldo que se ponía alrededor de la plaza, para que así los que no habían podido entrar disfrutaran del espectáculo. El repertorio fue casi el mismo del domingo de Pascua, pero finalizando con un espectacular trabajo. Blondin atravesó la cuerda con una carretilla y en la mitad del trayecto se encendieron dos bengalas en las ruedas y el casco que llevaba; al mismo tiempo diferentes fuegos artificiales encendieron desde varios puntos del círculo, creando un espectáculo extraordinario. Blondin, a la vuelta, volvió al punto de salida caminando de espaldas, ante el delirio de los espectadores.
Al día siguiente, se celebró el beneficio de Blondin en la plaza de toros, con nuevos ejercicios de los mismos artistas que habían asegurado la primera parte del programa del día anterior. Después, el maestro ofreció su trabajo, casi el mismo del día anterior en medio de una lluvia de poca intensidad. Por este motivo tuvo que suspender la travesía cargando un hombre (ya que la autoridad competente no se lo permitió).
El miércoles 15 hizo la segunda función en el Liceo, repitiendo los mismos ejercicios que en la primera vez, añadiendo un salto por encima de ocho soldados armados con bayonetas y un salto mortal sin dejar de tocar un tambor.
En la última función en la plaza de toros el domingo 19 de abril, Blondin caminó llevando con él una mesa y una silla, y se sentó a comer delante del público. Además, volvió a atravesar la plaza con un hombre a su espalda. Se trataba del joven Guillermo Alexander, hijo de un conocido industrial constructor de máquinas, muy popular en la ciudad. A la mitad del recorrido, Blondin, para demostrar su dominio del equilibrio, permaneció algunos segundos sobre un pie. Al final de la función algunos espectadores, a fin de guardar un recuerdo de los dos protagonistas, pidieron a los fotógrafos Moliné y Albareda que los retrataran.
Antes de que diera la detrás función en el Liceo el miércoles 22 de abril se rumoreó que Blondin daría una función al aire libre, atravesando la maroma que uniría el campanario de la iglesia del Pi con el de la catedral, lo que seguramente no se produjo ya que no he encontrado ninguna noticia al respecto.

El funambulista francés Blondin llegó a Barcelona en marzo de 1863. En ese momento era una celebridad mundial al haber sido el primero en atravesar las cataratas del Niágara el 30 de junio de 1859.

Cuando el Diario de Barcelona anunció su visita, los barceloneses no sabían hablar de otra cosa. Además de ser un gran artista, sabía cómo promocionarse, así, la misma noche de su llegada a la ciudad, se presentó en el palco del Liceo vestido de etiqueta, con muchas condecoraciones. "¡Es Blondin!", se repetían los espectadores, y esa noche la ópera que se representaba quedó relegada a un segundo término. Blondin aplaudió con entusiasmo la actuación del niño Haslam, que presentó un número con los tres trapecios al estilo de Léotard.

En los días siguientes se hizo mucha publicidad del evento. En los pórticos del Liceo se exhibían retratos del funambulista y fotos de su aventura al Niágara. En los cafés se repartían gratuitamente unos papeles que contenían la biografía del artista, fotos y los comentarios que su paso por las cataratas habían dejado a la prensa del mundo entero.

Debutó en la plaza de toros el domingo 5 de abril de 1863. En la primera parte del programa se presentaban los ejercicios gimnásticos de los hermanos Camús, ocupando Blondin toda la segunda parte, en la que el maestro francés atravesó la plaza de un lado al otro presentando diferentes habilidades, sobre una cuerda que medía cuatrocientos cincuenta palmos de largo y estaba situada a una altura de ciento ochenta palmos.

Blondin empezó su actuación caminando y corriendo por la cuerda, ayudado de su contrapeso. Después se vendó los ojos con un pañuelo y se puso un saco encima, caminando así sin tener ninguna visibilidad; durante el trayecto de vez en cuando, para poner emoción al asunto, hacía ver que perdía el equilibrio. A la vuelta se sentó y se estiró en la cuerda. También se aguantó en equilibrio boca abajo sobre la cuerda y luego hizo una voltereta. Completaron los ejercicios el equilibrio arriba de una silla apoyada en la cuerda sobre sólo dos patas y el cruce de toda la plaza, cargando a la espalda un hombre de más peso que él. Blondin salió de la plaza del mismo modo que había entrado, montado en un carruaje tirado por cuatro caballos, luciendo en su pecho las medallas que había recibido en Estados Unidos. Tras la primera actuación los periódicos se deshicieron en elogios hacia Blondin:

Con nuestra natural franqueza confesamos que fuimos ayer tarde á la plaza de toros con cierta prevencion, temerosos quizás de llevarnos un chasco acerca del mérito de Blondin. Tanto habíamos leido en periódicos de esta y de la otra parte del Océano sobre las maravillas del héroe del Niágara; tanta era la atmósfera creada desde larga fecha, que nos parecían apasionados los elogios y dudábamos por lo mismo, si ante la realidad, desaparecerian nuestras ilusiones; pero no ha sucedido así.

Blondin es lo que nos habían dicho; mas de lo que nos figurábamos.

Despues de haber visto á Blondin sobre la cuerda, nada nos parece imposible para ese ser estraordinario.

Andamos nosotros, sin duda alguna mucho menos seguros en una sala, que Blondin sobre una maroma. En cuanto á correr y á brincar y á bailar, de fijo nos ganaría Blondin á pesar de la ventaja que, dadas las referidas situaciones, parece deberían estar en nuestro favor.No es aplomo, ni estudio, ni maestria lo que vemos en Blondin; sino una figura de acero pegada á un alambre imantado. Estamos persuadidos de que la cuerda atrae á Blondin: de que se queda en ella incrustado, y no hay cuidado de que se caiga ó no se rompa la cuerda.

Quisiéramos que nos hiciera Blondin una descripcion de que entiende por miedo, por peligros, por abismos, etc. etc. Deben ser estas palabras incomprensibles para Blondin.

Puntos de apoyo, reglas de equilibrio no las estudiéis en los libros, ni querais esplicarlas: mirad á Blondin sobre una cuerda á una elevacion de 450 palmos, y comprendereis, sin saber cómo, que existen, por que Blondin os lo manifiesta.

En cuanto á fuerza, mejor preferiríamos vernos entre dos cilindros puestos en movimiento por una máquina de vapor de la fuerza de veinte caballos, que sufrir un abrazo de Blondin si estuviese encolerizado.

¡Qué Blondin ha pasado el Niágara caminando y bailando sobre una cuerda y llevando sobre sus hombros pesos enormes y haciendo esto y lo otro y lo de mas allá! ¿Y que duda tiene ello? – Blondin iria sobre su elemento de cáñamo hasta el fin del mundo. Sujetad un estremo de cualquier maroma en la punta de la torre de la catedral de Cádiz, y el otro en el Morro de la Habana, y Blondin hará un viaje á la isla de Cuba con la misma serenidad que pasaba ayer tarde de una parte á la otra de la plaza de toros. ¿Qué se moriria de hambre ó de sueño, direis, antes de llegar á las Antillas? – ¡Puerilidad! – Blondin llevaria consigo las provisiones necesarias y comeria cuando se le antojára, y dormiria tendido en la cuerda mucho mejor, mas comodamente y con mas seguridad que nosotros en el mejor mullido lecho. Una inmensa ventaja además nos llevaria; la de que no iria á molestarle ningun ladron.

Estamos en estos momentos demasiado atontados para poder describir lo que hizo en la funcion de ayer tarde Blondin ante una concurrencia que aumentará hoy, en vista del entusiasmo que supo producir.

Preguntad á algun amigo o conocido, si es que no estuvieseis vosotros ayer en el toril, qué hizo Blondin, y de fijo no querreis privaros de conocer al célebre funámbulo. (La Corona: Periódico liberal, Por la mañana,  Barcelona, 06/04/1863, p. 3.)

En la función del día siguiente, la primera parte corrió a cargo de los caballos, perros y monos del señor Frassi. En la segunda parte, Blondin repitió algunos de los trabajos presentados el día anterior y añadió de nuevos. Caminó por la cuerda con sus pies metidos dentro de dos cestas. Después cargó sobre su espalda una pequeña cocina y al llegar en medio de su recorrido, la dejó sobre la cuerda, encendió el fuego e hizo una tortilla dentro de una sartén que llevaba. A continuación invitó al público, abrió una botella de cava y bebió a la salud de los espectadores. El público, debido al fuerte viento que había, no permitió que Blondin repitiera el cruce de la plaza cargando un hombre. Pero el maestro sí redondeó su actuación caminando por la cuerda paseando una carretilla, lo que repitió de espaldas a la vuelta. Dos bandas militares se encargaban de distraer al público durante los ejercicios y las pausas.

Después de estas dos funciones, Blondin cambió de escenario, presentando el Liceo sus trabajos a la cuerda a poca altura. Hay que mencionar que la empresa que gestionaba la plaza de toros era la misma que dirigía el Liceo. Así, el jueves 9 de abril, después de un baile y de unas arias de ópera, el funambulista presentó sus habilidades ante un público selecto. Repitió el equilibrio de la silla y presentó entre otros: saltos mortales adelante y atrás saltando sobre velas encendidas y tocar el violín haciendo saltos mortales sin dejar de hacer música. Los fotógrafos Moliné y Albareda hicieron retratar a Blondin haciendo postales del funámbulo que comercializaron en la librería del señor Lopez de la calle Ancha.

El domingo 12 de abril dio su tercera función en la plaza de toros. La primera parte consistió en nuevos ejercicios de los hermanos Camús y los señores Venus y Coll. En esta ocasión, la plaza se llenó de tal manera que se tuvieron que poner docenas de sillas en el mismo círculo, a fin de dar cabida a la gente que no tenía asiento. Nunca se había visto tanta gente en el recinto taurino y la empresa, al ver que fuera del recinto había el doble o el triple de personas que en su interior, prescindió de colocar el toldo que se ponía alrededor de la plaza, para que así los que no habían podido entrar disfrutaran del espectáculo. El repertorio fue casi el mismo del domingo de Pascua, pero finalizando con un espectacular trabajo. Blondin atravesó la cuerda con una carretilla y en la mitad del trayecto se encendieron dos bengalas en las ruedas y el casco que llevaba; al mismo tiempo diferentes fuegos artificiales encendieron desde varios puntos del círculo, creando un espectáculo extraordinario. Blondin, a la vuelta, volvió al punto de salida caminando de espaldas, ante el delirio de los espectadores.

Al día siguiente, se celebró el beneficio de Blondin en la plaza de toros, con nuevos ejercicios de los mismos artistas que habían asegurado la primera parte del programa del día anterior. Después, el maestro ofreció su trabajo, casi el mismo del día anterior en medio de una lluvia de poca intensidad. Por este motivo tuvo que suspender la travesía cargando un hombre (ya que la autoridad competente no se lo permitió).

El miércoles 15 hizo la segunda función en el Liceo, repitiendo los mismos ejercicios que en la primera vez, añadiendo un salto por encima de ocho soldados armados con bayonetas y un salto mortal sin dejar de tocar un tambor.

En la última función en la plaza de toros el domingo 19 de abril, Blondin caminó llevando con él una mesa y una silla, y se sentó a comer delante del público. Además, volvió a atravesar la plaza con un hombre a su espalda. Se trataba del joven Guillermo Alexander, hijo de un conocido industrial constructor de máquinas, muy popular en la ciudad. A la mitad del recorrido, Blondin, para demostrar su dominio del equilibrio, permaneció algunos segundos sobre un pie. Al final de la función algunos espectadores, a fin de guardar un recuerdo de los dos protagonistas, pidieron a los fotógrafos Moliné y Albareda que los retrataran.

Antes de que diera la última función en el Liceo el miércoles 22 de abril se rumoreó que Blondin daría una función al aire libre, atravesando la maroma que uniría el campanario de la iglesia del Pi con el de la catedral, lo que seguramente no se produjo ya que no he encontrado ninguna noticia al respecto.

Fuente: Ramon Bech i Batlle

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